Donde siempre quiero volver

Donde siempre quiero volver

Conocí la fundación a través de un mensaje de Whatsapp. Pedían gente para un campamento cortito y decidí unirme. Descubrí, sin saberlo, mi lugar favorito. No es un hotel cerca de la playa o ese albergue con más de cien escalones. Es cualquier sitio al que vayamos de campa juntos, con la ilusión de un viaje nuevo y de demostrar al mundo que aquí estamos y no nos pensamos apartar a los márgenes.

En mi primer campa, me acogió lo que llamamos una “voluntaria de referencia” y me enseñó lo más básico e importante: cómo hacer las cosas y disfrutar de lo que ya me tenía exhausta. Tiempo después entiendo lo que hacía, mostrarme con cariño lo que Espurna le estaba ofreciendo. Ahora intento asumir yo esa labor como parte del grupo, mostrar a quien llega nuevo que, prestando atención, la experiencia puede ser lo que te recargue de energía vital. Sé que no es fácil, pero, al final es la forma que tenemos de demostrar que la inclusión no va solo de discapacidades, sino que también pasa por hacer parte del grupo a quien llega nuevo: enseñarle nuestros bailes, canciones o las tradiciones más nuestras. En eso, sin duda, los chavales son siempre pioneros.

Nochevieja es para mí una de nuestras citas más especiales. Es, para todo el mundo, una noche en la que reunirse con amigos, con gente a la que quieres, para disfrutar de una cena y un poco de música. ¿Por qué ellos no iban a tener algo así? Cerrar ciclos como todos y abrir los nuevos con proyección de futuro. Es difícil, entre otras porque, de la gran masa de voluntarixs somos, en parte, universitarixs y eso implica exámenes en enero y toda la presión de estudiar en Navidades. Ir no es sencillo en ese punto, implica organizarse mucho antes y quizá revisar algunos apuntes aprovechando una guardia. Implica también decir que no a las fiestas normativas a las que tus amigos asumen que irás. Pero sin duda merece la pena, es ofrecer un trocito de ti a consolidar la familia que son, la familia a la que pronto te hacen sentir que perteneces.

Esta última Nochevieja se me devolvió con creces el esfuerzo antes incluso de volver a casa. Empecé el año con un amanecer mágico que fue sucedido por una dinámica que lo fue aún más. Reflexionábamos todos en un ambiente cargado de emoción sobre los ciclos cerrados, las metas para el nuevo año, aquello que agradecíamos… fue un momento muy sentimental en el que, sin duda, entendí lo que es realmente y cómo pesa el esfuerzo constante por hacer las cosas bien, por ser mejores.

Todas esas palabras bonitas no caen en saco roto, soy testigo de cómo conocen las limitaciones de los otros y no dudan en prestar su apoyo, además sabiendo que quizá pronto sean las limitaciones propias las que suplirá ese mismo compañero.

Al final, la ayuda mútua es clave. Se materializa cuando todos asumimos el compromiso de que nadie se quede atrás. No importa si es una rampa demasiado empinada o un sitio repleto de gente. Con la simple petición de ayuda (o a veces, incluso sin ella) aparecen muchas manos dispuestas a hacer contigo lo que sea necesario.

Así, con cada pequeña cosa a la que me gusta prestar atención muy calladita y sonriente espero haberos hecho entender lo especial que es mi pequeña “adiccion saludable” en la que cuanto más voy, más quiero volver.

Conocí la fundación porque me llegó un mensaje por WhatsApp. Buscaban gente para ir a un campamento corto y me apunté. Sin saberlo, encontré mi lugar favorito. No es un hotel en la playa ni un albergue con muchísimas escaleras. Mi lugar favorito es cualquier sitio al que vayamos de campamento juntos, con ganas de viajar y de decirle a todo el mundo que estamos aquí y que no nos vamos a esconder.

En mi primer campamento una voluntaria experta me cuidó mucho y me enseñó lo más importante: cómo hacer las cosas y cómo pasarlo bien, aunque yo estuviera cansada. Con el tiempo, entendí que ella me estaba enseñando todo lo bonito que tenía Espurna. Ahora intento hacer lo mismo con la gente nueva, para que se sientan parte del grupo y vean que esto también da mucha energía y alegría. No siempre es fácil, pero así demostramos que la inclusión es que nadie se quede fuera y que todos aprendamos juntos nuestros bailes, canciones y tradiciones. Los chavales son los primeros que lo hacen.

Nochevieja es uno de mis días favoritos. Es una noche para estar con amigos, disfrutar de cenar juntos y de la música. Ellos también merecen algo así, despedir el año y empezar otro nuevo con ilusión. A veces es difícil ir porque muchos voluntarios estudian y tienen exámenes, y porque tienes que decir que no a otras fiestas con tus amigos. Pero vale la pena, porque das un poquito de ti a una gran familia y ellos te hacen sentir que perteneces a ella.

La última Nochevieja fue muy especial. Empecé el año viendo un amanecer precioso y luego hablamos de lo que habíamos vivido, de lo que queríamos para el nuevo año y de lo que agradecíamos. Me sentí muy emocionada y entendí lo importante que es esforzarse por ser mejor persona.

Todos nos ayudamos. Sabemos lo que los demás necesitan y no dudamos en apoyarnos. Nadie se queda atrás, da igual si hay una rampa difícil o mucha gente. Siempre aparecen manos amigas para ayudarte.

Por todo eso, con cada pequeño detalle que observo en silencio y con una sonrisa, espero que se entienda lo especial que es esta pequeña “adicción buena” que tengo: cuanto más voy, más ganas tengo de volver.



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